miércoles, 12 de septiembre de 2012

Ojalá tuviera más tiempo para escribir. Aunque no sé por qué podría querer más tiempo dado que no tengo nada interesante para decir. Doblegada, mi cuerpo como una cárcel, las ciudades lugares horribles, llenos de miseria e injusticia y gente que vive como si nada pasara. Pertenezco a ese grupo. Igual extraño la vida citadina. Ayer caminé por Amatlán, doblé por Tamaulipas y llegué a la librería Rosario Castellanos desde la casa de la psicóloga de mis hijos (ahora van los dos grandes juntos, los sistémicos son así de heterodoxos, brindo por eso), en la Condesa. Sentir el asfalto, mirar la calle para cruzar, los olores. Al mediodía había estado en el mercado de Medellín, después del dentista, comprando flores, dulces típicos para que Simón lleve el viernes a la kermese del colegio (el finde se celebra la independencia de México) y calabaza de la que nos gusta a nosotros y que solo se consigue buena cuando se acerca Halloween (es obvio que se impuso como adorno porque es temporada pero los términos se invierten en muchos ámbitos con demasiada facilidad). Amo los mercados, quisiera poder ir a uno caminando. Caminar sigue siendo lo que más añoro de mi otra vida. Pero mi casa está en un lugar tranquilo, tengo mi propio pasto, una pequeña huerta, un limonero, dos durazneros, dos ciruelos (de distintas especies). Ojalá tuviera también un nogal y una higuera.
Estos días estuve pensando en la muerte. Hay periodos en los que de solo representarme el sintagma mentalmente un escozor me recorre el cuerpo. Otros, como este, pienso en la muerte como lo que es, para mí: la dadora de sentido. Solo la mía. Queriendo además que sea después de los noventa y sin sufrimiento. La muerte de mis padres todavía me parece impensable y ni hablar la de otros afectos. Siquiera voy a escribirlo.
Desearía vencerle el miedo a la bici y tener un estado físico mejor para poder afrontar la topografía de mi colonia. Por ahora parece imposible, el cuerpo no está respondiendo, los dolores van y viene.
En el plano de la cotideaneadad, ayer también comí con Martu y la charla siempre es agradable. Tengo sueño todo el tiempo. D se quedó dormido antes del primer gol de Argentina, o sea a las nueve de la noche. Mi descanso es muy relativo. Roberta empezó a levantarse de mal humor, lo que convierte la madrugada en un momento intenso. Camilo no tuvo clases porque clausuraron su escuela, esperemos que mañana esté solucionado. Fuimos juntos al super. Habla sin parar, como si estuviera relatando la vida. De todas maneras, hubiera querido ser con sus hermanos más grandes la madre que soy con él. Paciencia casi infinita y ternura constante. Ahora come m&ms mientras mira una peli al lado mío. A la una y media lo llevo a natación -con Mer y Clara que vienen a conocer la pile-, a las cuatro Simón tiene tenis, a las cuatro y media Tita tiene Flamenco y a las seis guitarra. El organigrama de mi vida es un caos.
Lo único que tengo ganas de hacer es mirar una peli echada en silencio. A la noche hay cena de chicas en Merotoro, espero tener fuerzas para ir, la fibromialgia no me está dando respiro.
Compré un libro de Christa Wolf para madre y compré uno de ensayos de Villoro, cuyo nombre no recuerdo, para mí. Intento terminar El testigo. Mañana a la mañana me toca embajada argentina para renovar pasaporte y el viernes médico clínico para ver mi estado general porque sigo con los ganglios inflamados.
El lunes  a la noche vinieron Nacho y Eva para definir lo de las vacaciones y aunque no avanzamos gran cosa, quedó claro que por D seguimos insistiendo en el tema Riviera Maya.
 Esta es la vida que me alcanza.

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