jueves, 4 de abril de 2013

Es extraño, obsceno y duro seguir con la vida como si nada cuando en tu ciudad y en ciudades cercanas mucha gente se quedó sin nada. O se murió. Una amiga perdió todo, recién me enteré hoy porque no había linkeado Saavedra con ella. El déficit de la distancia. Muchos, la mayoría, no lo entienden pero la distancia es muy cruel porque uno pierde el norte. O pierde piso. O pierde noción de cómo son las cosas. ¿Cómo explicarlo si no está lejos? Creo que he perdido amigos por esto. O tal vez no. Tal vez los he perdido por otros motivos.

Escucho los ronquidos de mis hijos, cada uno en su cuarto, sin las penas del agua y las pérdidas. ¿Cómo vivían mis parientes en Argentina mientras en Europa mataban judíos? Supongo que el no saber ayudaba. También la gente seguía con su vida cotidiana, con sus miserias baratas mientras en los centros clandestinos torturaban gente. Mi club estaba enfrente de la ESMA. Muchas veces me pregunté por qué mis padres habían querido reproducirse (es decir, tenerme) en el medio de una coyuntura tan nefasta. Después entendí, cuando nació mi primer hijo, que a las coyunturas nefastas se las combate con vida. Por eso los baby booms y esas mamadas. Y lo de mamadas no es por el fenómeno sino por las denominaciones gringas que todo lo banalizan.

¿Qué hago yo despierta? Lucho con los fantasmas de la soledad. Debería estar leyendo Un día al año, libro de Christa Wolf interesante y pesado en dosis semejantes. Lo leo despacio, mechando. Ahora tengo sueño. Estaba hablándole mentalmente a mis interlocutores privilegiados -ahora en lugar de tener UN interlocutor privilegiado, al que le cuento un poco de mi historia, de mi formación, de mis miserias, como para variar- sobre todo lo que estudié en mi vida y llegué, en una cadena de asociaciones que no vienen al caso, a mi profesor de prácticos de Filosofía contemporánea, que era petiso y feo pero brillante, motivo suficiente en ese momento para caer en un leve crush. No sé por qué nunca pasó nada. Supongo que mejor. Aunque no recuerdo su nombre sí recuerdo con bastante nitidez la pizzería a la que me invitó una noche, en donde me emborraché con un poco de cerveza. También recuerdo que cuando tenía que besarme nos despedimos así sin más. No fue ni la primera ni la última cena fallida.

¿Cuántas veces te rompieron el corazón? Están las personas que rompen y las personas a las cuales se lo rompen. Jamás participé del primer grupo. Pero no estoy segura de haber sido más infeliz por eso. Los huecos son de gran aprendizaje y en esas batallas desiguales uno aprende a hacerse fuerte. Los clishés, lo dijimos muchas veces -y de tan reiterado se gastó- existen como tales por su cuota de verdad.

Es hora de dormir. Es hora de ser feliz aunque cueste. Aunque allá lejos muchos estén sufriendo y uno no pueda hacer nada. El mundo es un lugar de mierda y sobre eso creo que ya nadie tiene ninguna duda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario