sábado, 6 de abril de 2013

Estuve sentada muchas horas en una silla del club. Un rato hablé con Jorge, otro rato -largo- cuidé a Milo en la pileta y otro rato -también largo- leí un libro menor pero entretenido. Camilo no nada pero da vueltas y salta y se sumerge y da vueltas. En un momento lo vi rotando sobre sí mismo y reconocí movimientos que hacía yo de chica y pude reponer la sensación, nítida y vívidamente, de lo que pasa en tu cabeza cuando lo hacés.
El pasado a mí me vuelve todo el tiempo. Supongo que es porque somos eso que fuimos y que pasamos, conviviendo en dulce armonía en diferentes dimensiones espacio temporales. Vaya uno a saber. Lo que percibimos es lo que es pero a la vez no. Y así, en esta línea de pensamiento llegué  a la tardía y obvia conclusión -siempre el retardo y la falta de originalidad como sino- de que somos para cada una de las personas importantes de nuestra vida alguien distinto. De todas maneras, no pienso en percepción. Esa obviedad ni siquiera es necesario enunciarla. Hablo de lo que uno pone sobre la mesa en cada relación -amorosa, amistosa, familiar-. Cada juego es distinto y yo somos muchos. Bah, al menos eso pienso de mí, hoy, hace un rato. Bah, en el sauna, transpirando como cerdo. Cada quien conoce una arista, una cara diferente a las demás aunque siempre parecida.
¿Será cierto el amor?

Quién sabe.


No hay comentarios:

Publicar un comentario