miércoles, 24 de abril de 2013

Llueve otra vez. Otra vez me desperté a las seis de la mañana y salí de casa a las siete. Otra vez pasé tres horas adentro de un corporativo, respirando ese aire irrespirable, pensando que la alienación de esos edificios en los cuales no se abren las paredes, con boxes iguales, simétricos; con oficinas encerradas, agobiantes, es peor que la de las fábricas. El hombre vive sometiéndose y sometiendo a los peores castigos. Los más extremos y los más cotidianos. No quiero participar de ninguno. Aunque a veces es complicado.

Truena. Solo agradezco el agua para las plantas, al humor y al espíritu nada de esto le hace bien: el sol cura. Mañana tampoco podré hacer deporte a la mañana: primero el play de Simón y después una junta en el corporativo. Soñaba con nadar. Será otro día. Aunque tal vez llegue. Quién sabe.

Vivo cansada. La alienación a la que me autosometo es de otra índole. El libro que estoy leyendo me atrapa, me asusta. Lo amo.

Después: nada. Los días que se repiten.

La vida.

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