miércoles, 20 de noviembre de 2013

Los viajes empiezan cuando salís de tu casa. Ni antes ni después. Cuando viajás poco o sos chico, la emoción de dejar tu hogar y empezar el trayecto te toma la panza. Cuando viajás más o menos seguido, el ritual de todo lo que implique avión te parece una pesadilla. Acá estoy, en el lounge de Aeroméxico que es levemente mejor que el de Amex aunque la comida deja muchísimo que desear: solo granola, unos panes dulces, fruta, yogur, jugo, café y tés. Eso sí: cervezas de todo tipo y gaseosas bien frías. También vino. El paraíso de un alcohólico.

Son las ocho y cuarto de la mañana. Salí sin bañarme porque el pelo mojado tan temprano es un peligro. En este momento D medita en el sillón de enfrente mío. Acabo de terminar el último trago de mi segundo café con leche. Ahora hay más gente. Como no son vacaciones no hay niños, el flagelo de cualquier viajero. En general me cruzo con hombres que viajan por trabajo. Sobre todo si es domingo a la tarde: casi todos. Los ves con sus computadoras o leyendo el diario, hablando con las esposas, mirando alrededor sin mirar. Cuando estoy sola los observo, armo historias. El Platino de Amex de Buenos Aires es ideal para eso porque es chico, apretado y con luz natural. De todas maneras parece que lo están refaccionando. En este, grande, sin ventanas y con luces tirando al amarillo, la disposición no ayuda. Además, estoy con D que, aunque no me hable, está y no es lo mismo.

Viajar solo de toda soledad es otra historia. Es como un desafío. Lo hago un par de veces al año y lo disfruto enormemente. La vuelta de este viaje será sola porque D se va directo a Río. Siempre fui la que elegía el asiento sola en los viajes familiares, la que se ponía el walkman o discman según la época, la que prefiere no hablar aunque parezca lo contrario. Cuando subo al avión me abstraigo. Duermo o escucho música y nada me importa. Ni siquiera miro al que tengo al lado.

El vuelo sale a las nueve y media. En unos minutos vamos a tener que ir yendo. Jamás entro a un freeshop, no entiendo bien qué compra la gente ahí porque no consumo ni perfumes ni maquillajes y llevar bolsas sueltas en el avión me deprime. De todas maneras, mi carry on es lo más ridículo y decadente que hay en el mercado. Debo deprimir a más de uno.

En fin.
Las Vegas, allá vamos.


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