viernes, 29 de agosto de 2014

Ayer llevé a hijo mayor al cine. Los dos solos como en la época de Harry Potter. Hubo años (no muchos) en los que la pasamos bien. Si uno tan solo pudiera trascender... Estoy en la oficina. Me siento en la sala de juntas que es chica y no tiene ventanas. Así evito la convivencia y el frío: gano. Tomo café y tengo hambre. Desayuné temprano y fui directo a la escuela porque tenía reunión de padres. A la del salón de hija me olvidé de ir. Pobre, un desastre. Como es el último año de primaria un poco me acongojé y casi casi derramo alguna lagrimita. Pero me contuve. Después, la maestra de español nos dio una carta que nos hicieron los chicos, demoledora. Lo capaces que somos los padres de arruinarle la vida a los hijos siempre me espantó. Uno de los motivos por los cuales no quería reproducirme hasta los 22. Real. Cuánta responsabilidad.

Tengo que seguir trabajando. Hoy vienen muchos niños a mi casa. Y dos amigas mías. La casa llena es una de las formas de la felicidad. Como el olor a pastelería. O a pasto recién cortado.

Así de básica soy.

Así volvieron las cosas.

lunes, 25 de agosto de 2014

Podría decir que mi actividad principal de los últimos meses es llorar. Y no mentiría. Llorar y mirar series de mierda. Porque la cabeza no me da para más. La violencia flota en el ambiente, todos contra todos. Es lo que más tristeza me da de mi vida entera. Alteración, turbulencias, perturbación. Todo. Todo el tiempo. Y ahora, encima, la sensación de que el mundo se derrumba. Una vez más. El sentimiento renace y crece a pesar de que durante mucho tiempo estuve convencida de que lo había enterrado. Tan inocentes y crédulos que somos los humanos.

A la mañana hace frío. Ahora está más templado. Espero que los mayores terminen la tarea para que salgamos todos al parque. Es un esfuerzo enorme para mí. Solo quiero ver los últimos capítulos de Gossip Girl. No quiero hablar con nadie. No quiero ocuparme de nadie. No quiero existir.

Y sin embargo. 

jueves, 14 de agosto de 2014

¿Qué fue lo peor que hiciste? ¿Quién te hirió, a quién heriste? ¿Quién te traicionó, a quién traicionaste? ¿Qué pasa y qué queda? ¿Quién sos? ¿Qué querés? ¿Qué es esperás? ¿Qué es la adultez? ¿Qué es vivir? ¿Qué es lo peor que hiciste?

Pasó el verano como pasa lo que no importa. Lo que no tiene entidad. Pasa porque el calor no existe, porque las turbulencias se extienden, porque tu cabeza no para. Porque el tiempo no para. Pasa, pasa, pasa. Todo pasa. Lo bueno, lo malo, lo negro, lo grisáceo.

Los duraznos se maduran, lentamente, en el árbol. Los limones también. El paso crece. Los chicos se pelean, se aburren, se hastían como vos, como yo, como todos. El maremoto es contagioso. Juntos y mezlcados more than ever. Sin saberlo, sin quererlo, sin buscarlo.

Caer burdamente, como la quinceañera que fuiste. Ya ni saber qué extrañás. La nostalgia como motor pasó de moda. Fuiste, sos, serás: es imparable. Irreversible.


lunes, 12 de mayo de 2014

Durante años pensé que había domesticado al miedo. Tal vez trascendido. O mejor, durante un tiempo -no tan largo- me engañé, alegre, creyendo que lo que había perdido era ese sinsentido primigenio, tan arraigado desde los once años, tan poco sutil que da vergüenza. Puede que miedo y sinsentido vayan de la mano, no lo sé. Aunque arriesgaría que no. Que tal vez sean solidarios pero no necesariamente.

Soy una loquita. Ayer me di cuenta. Como una epifanía tardía, infantil pero lúcida, lo dije así: soy una loquita. Y lo peor: sin talento. Porque hay grados de locura tolerables porque los acompañan dosis de genialidad. Brillantez. No es el caso.

Un desasosiego intermitente. El miedo. La cobardía concomitante.

La única certeza: la quietud. Como gran defecto también.

Replegarse. Volver. Pensar. La abstracción como una condena. El ¿para qué? tan remanido y vigente a la vez.

La angustia.

Completo con el quinto de Mad Men de la séptima temporada.

Así las cosas.

martes, 29 de abril de 2014

Camilo cumplió 5 ayer.

Me pegó rarísimo porque es mi bebé y ya es un pibe grande y qué onda con la vida que pasa tan rápido. Por suerte D está operado porque veo bebitos y digo "qué divinos". Tremendo.

Porque los hijos son vida. Renuevan la esperanza. Y yo, aunque soy más feliz, menos angustiada y tengo la ansiedad limada, no dejo de vivir en la turbulencia constante.

Ojalá supiera dibujar. Pero en las clases de dibujo del colegio era la peor. Todas tenían 10 y yo 7. Podría decirse que soy una persona sin absolutamente ningún talento. Qué notorio.

Acá mucho malhumor. No en lo particular sino en lo general.

A mí me sobran kilos pero no sé cuántos porque no me peso. Hago aeróbico un mínimo de 3 veces por semana y yoga 2. Eso me hace feliz.

Hijos mayores pegan figuritas del mundial. En el piso de la sala de tele. Se llevan bien, no se pelean, un milagro. Me enamoran.

Me pica la cabeza. Y eso que hoy fui a una clínica a que me despiojaran. La vida es muy difícil, tal y como ratificó mi analista cuasi octogenario (aka el oráculo).

Tengo hambre de algo dulce.

En fin.

Así las cosas.

lunes, 14 de abril de 2014

Es lunes, el aire está cálido, entra sol por las persianas, los chicos miran una peli, yo estoy con la computadora en la cama. Algo parecido a la felicidad. Si no me sobraran todos estos kilos tal vez sería felicidad completa. O no.

Pasan las semanas y acumulo ganas de escribir. Pero ¿para qué? ¿qué digo? Y ahí el problema: es más fácil quejarse que ser feliz a los fines de la escritura. Recuerdo lo miserable que fui durante años y parece otra vida, de otra persona. Ahora, por más triste que esté, sé que es un momento, que pasa, que no vuelve. Que a pesar de ser malo hay que disfrutarlo, que inclina la balanza.

Estoy desconectada de Buenos Aires. Es difícil (o imposible) estar en dos lugares al mismo tiempo. O tenés una vida en uno de los dos o tenés vida en ninguno. Y yo quiero tener toda la vida, comerme la vida. La conciencia de la finitud en su máxima expresión. Disfruto de mis hijos, templé el carácter, limé la ansiedad. De a poco, tal vez logre un equilibrio. A mi manera, claro. Uno no deja de ser uno nunca. Por suerte. Porque eso que queda, a pesar de lo que cambia, es el yo. Lo permanente. Que suele ser inefable. Como todo lo que importa.

Es muy poco, entonces, lo que tengo para decir. Mis días son parecidos unos a los otros. Mi marido sigue siendo mi marido. Simón se fue de viaje a Canadá. Es grande. No me extraña. Yo sí. A veces quisiera otro bebé. No es un pensamiento realista, es una fantasía. Quedan pocos años para poder reproducirse y aunque ya hice el duelo, a veces quiero otro bebito. Porque los hijos son vida. Sí, sueno a Patria, Familia y Propiedad. No me importa. Que se te ablande el corazón no te hace menos inteligente.

Voy a vestirme para ir al club. Tengo tremendos problemas de espalda hace semanas. El dolor no mengua. Pero no me vencerá.

Me voy a autocitar: así las cosas.

jueves, 6 de marzo de 2014

¿Me copiás? Hola, hola. Acá estoy, retomando este hábito arcaico, demodé, inútil.

¿Quién lee todavía? Yo me aburro en los primeros párrafos de casi todas las notas. Y eso que creo que aún pertenezco a un sector que tiene cierta paciencia. Cierta. Corta. Poca. Restringida. Pero aún existente.

Es culpa de tuiter.

O de todo.

De todos.

Mi vida está en la bajada de la montaña rusa. Caída libre. Aburrida y turbulenta. He sido más feliz. En algún momento. Creo.

Vivir en México ya no da hace demasiado. Y nada parecería ir a cambiar próximamente. Acabo de volver de cinco días tranquilos en Buenos Aires, esa ciudad maldita y hermosa por igual. El ciruelo se pela, se llena de flores, después de hojas, después de frutos y vuelta a pelarse. Es el paso del tiempo tan implacable.