miércoles, 17 de octubre de 2012

Cada vez que me meto al agua pienso que no voy a aguantar la temperatura, demasiado fría para mí, pero después de unos segundos venzo el malestar inicial y me lanzo a nadar pecho. A la mitad del primer largo ya me acostumbré y a medida que pasan los minutos se vuelve cada vez más agradable.  Es extraño nadar, tiene algo de antinatural. ¿Por qué los humanos tenemos que aprender a nadar y no lo hacemos por instinto? O, al revés, ¿cómo es posible que los humanos nademos? Desplazarse por el agua es una sensación que no se compara a ninguna otra. Hundidos, tenemos que vencer la resistencia de la materia que, a la vez, resulta grata. De todas maneras, la forma en que se arruga la piel denota algo, pienso, un no estar preparados como especie para pasar mucho tiempo en ese medio. Intenté averiguar si los monos saben nadar pero Internet no me dio una respuesta cien por ciento satisfactoria: parece que algunos pocos sí y la mayoría no. Los gorilas parece que definitivamente no saben nadar y, es más, le temen al agua. Sin llegar a ninguna conclusión, dejo todo para mirar unas pelis.
El desempleo puede ser feliz. Mucho más de lo que jamás imaginé.

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