lunes, 22 de abril de 2013

Ganas de salir al mundo. Eso es. Acabo de darme cuenta, sentada frente a mi jardín, en el estudio, atornillada a la silla de siempre, con los elementos de siempre, la desazón de siempre. El aburrimiento es un flagelo cuasi exclusivo de la burguesía. Ahora busco en Internet cómo hacer para que mi ciruelo morado dé frutos. Acaba de llegar Camilo, llorando. A la mañana fui a su Open Class. Un embole. El kinder de este colegio diría que no los estimula demasiado. Salgo decepcionada. Pienso que nada importa demasiado. Después es todo lo mismo. O no. Pero tampoco importa.

Ah, sí. Viajar por trabajo. Estaría genial. Vivir nuevas experiencias, comer comida diferente. Etcétera. La rutina es la salvación y un flagelo a la vez. Ir a cualquier lado, leer, visitar, recorrer. Probar. Lejos de mi realidad. Hace ya muchos años que vivo en México. No hay novedad. Le voy a decir a marido de irnos lejos, a las sierras. Quisiera ir a un campo, hacer mermeladas. Parece que no voy a poder cosechar las ciruelas para hacer una mermelada. En Buenos Aires hacía. Hasta dulce de leche hacía. Ahora ya no. Aunque podría. Hornear cura. La comida sana como bálsamo.

El aburrimiento constante. Estoy harta hasta de mí. El hastío. Qué lujo infecto.

Voy a ir a ver qué le pasa a ese pibito. Al menos hay sol.

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