lunes, 24 de septiembre de 2012

Escribo casi porque quiero mucho a mi amiga, mi hermana, el ser que me mantiene firme en esta ciudad. La oscuridad se cierne sobre mi alma. Pasa poco, suelo ser bastante cándida, buena onda, con buenos pensamientos y poca preocupación por todo lo que pasa al costado. Gusto de andar por mi carril sin que la vida ajena me importe. Y lo logro bastante bien. Estoy convencida de que la única manera de ser feliz es olvidarse de lo que dicen, hacen, esperan, tienen, etcétera, los demás. Lo creo fehacientemente. Porque cuando te preocupás por el resto en esos términos lo único que queda es resentimiento. Ahora me está siendo un poco difícil y soy tan obvio que empiezan los dolores de panza. Ni para tener pensamientos de perra soy buena. Perra para nada. Por lo demás, una vida bastante aburrida, nada de drogas ni de rock & roll, poco sexo, mucha maternidad (que vendría a ser todo consecuencia del mucho sexo de otras épocas), mucha comida, algunos dolores corporales, muchos dolores de cabeza, la visita de un suegro, un curso, nada de ropa nueva, un viaje próximo a NY, un marido que trabaja mucho (y que siendo casi las once menos veinte de la noche sigue en la oficina), algo de nado (hoy no por mal tiempo y pile cerrada por mantenimiento), muchas compras en el super, un destello de angustia existencial.
¿Alguna vez se te pasan las ganas de que todo el mundo te quiera? Cuando mejor te caés a vos mismo, mejor te recibe el mundo; es una verdad muy obvia pero que a veces olvidamos. Tal vez la clave consiste en no mostrar la miseria pero... Qué patética es la gente a la que jamás escuchás decir que se equivocó. Nunca lo había pensado hasta la semana pasada pero existe gente, lo creas o no, que nunca reconoce errores o piensa que hace todo bien, en este sentido desde siempre el que me resulta más condenable es el de las "madres perfectas". Las madres que no tienen una visión crítica sobre sus hijos y su maternidad deberían ir al matadero. Sí, en esa tesitura me encuentro: el de la violencia como posibilidad. Y ni te cuento el grupo de las madres "amigas". Esas me dan ganas de golpearme la cabeza contra la pared a mí misma. ¿Qué peor que creerte una madre canchera? Los hijos quieren protección, amor, límites, incondicionalidad, respeto, contención. En este campo hago mucho agua aunque diría que en el mismo volumen que en los otros campos de mi existencia. Ando falladísima. Sentimientos parecidos al de otras épocas muy lejanas que pensé que no volverían. El eterno retorno no me da respiro.
Extraño a mis afectos, aunque la hostilidad me pesa sin si quiera estar ahí. Extraño también la liviandad, el ser sin pensar. Que no me duela la panza. Pero ¿qué hago acá? Quiero tener cerca a mi mamá, a mis hermanos. Quiero hasta tener a mi familia política a mano. Si no soy una paria ¿por qué tengo que vivir como si lo fuera? Las rispideces del exilio.

Acá estoy, a corazón abierto, exponiéndome: eso sigue sin importarme. Y me hace acordar quién soy.

No hay comentarios:

Publicar un comentario